INEVITABLE. Esa es la palabra que mejor te define. No sé cómo lo has hecho, pero me he vuelto adicta a tu sonrisa. Soy así, me encantan las personas de sonrisa fácil y esa sonrisa podría ser la envidia de cualquier galaxia.
Si te digo la verdad, me da igual lo que digan las malas lenguas; la única lengua que me importa es la tuya. Te necesito, cada vez más. Necesito pasar el invierno sobre tu almohada, porque me agarras la mano y me olvido del frío. Necesito que salgas de mi cabeza y que entres en mi vida.
Consigues alargar los noches y acortar los días. Reconozco que me encanta saber que piensas en mí, que me escribas cuando bebes y tu forma de darme las buenas noches. Porque están las noches que acaban en tu cama y las noches que acaban mal. Sin punto medio. Y es que dormir contigo el domingo es el mejor antídoto para un lunes; no hay tila en el mundo capaz de calmar mis nervios como lo hacen tus brazos. Dormir con tu olor en mi pelo, no necesito nada más. Tenerte o no tenerte, esa es mi forma de medir el tiempo.
No hay sensación más bonita que el miedo a sentir algo que se escapa de nuestras manos, que supera toda lógica. Pero mis ganas superan mis miedos. Y los tuyos. Soy fan de tus descuidos y de tu ceño fruncido. Porque me enamoré de ese caos que llamas vida y de tu corazón en ruinas.
Así que deja lo que estés haciendo y ven. Bésame con prisa, entre risas, pero no dejes de hacerlo. Salgamos, brindemos. Por ti, por tus ganas de quererme, por tus ganas de quedarte. Por los que tiñen de luz las mañanas más oscuras. Porque hay quien es capaz de ponerte la piel de gallina sin necesidad de tocarte. Eso es lo que cuenta.